La manifestación
transcurría como una procesión en blanco.
El asfalto era más terco
que los viandantes. Pedía sangre.
En una pancarta se
instigaba a soñar sin complejos.
En otra a no devorarnos la
esperanza.
En la del medio gritaban
todas las cicatrices.
Y al otro lado, justo en
la línea de enfrente,
un verso pintaba la pared:
el poder está en la boca de los fusiles.
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