Los
sueños posibles no vale la pena soñarlos:
Se
cumplen solos.
Luchamos
para conseguir lo imposible.
Marchamos
con las manos llenas de azúcar
con la
piel abarrotada de escarcha,
entre
el dialecto de los cristales
y
escupiendo pensamientos al suelo.
Caemos
para que los que vengan detrás
no
tengan que sufrir el mismo tropiezo
y luego
encenderemos las hogueras
para
cobijarnos del fuego.
Y regresábamos a casa
con los
bocas repletas de luz.
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