Mis dedos
sabían a ella
tenían entre
sus huellas
trozos de
su deseo,
finas especias
de placer
que se esparcían
por la sala.
Nos amábamos
tanto
que no podíamos
dejar de tocarnos
y nos acariciábamos
con la fluidez
del
agua que todo lo humedece,
para así
dejarnos
las
certezas transparentes.
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