Un día alguien descubre un hilo,
tira fuerte del mismo y llega hasta una ventana.
La ventana se abre de par en par,
tal y como el
sueño de un ventrículo.
Más allá de la
misma se descubre el sur.
Es en el sur donde el poeta encuentra su recodo;
la calidez del aire le despeja.
Retoma al día siguiente la búsqueda de su huella
junto a la mar que le abriga,
que le acaricia el dedo gordo del pie
y cuya espuma adivina semblantes en la arena.
Puede que el hilo se convierta en cometa
y entonces el poeta se traviste en viajero.
Sus oscuras ocurrencias se caen por el camino
y el camino como todos sabemos no se ha de volver a
andar,
aunque sus surcos se te claven en los pies.
Un día el viajero ya no necesita ese hilo,
y lo que fuera su
dicha se transforma en recuerdo.
El recuerdo lo deposita en una diminuta caja
y de ella lo extrae,
poco a poco,
silenciosamente,
para que dure mucho, para que yo me acuerde.
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