La
noche había sido densa.
El sol
nos había gritado a los ojos
y en
sus aullidos de fuego,
habíamos
visto
el lento
despertar de la mañana.
Volvíamos
deprisa
a nuestros
contenedores de sueño,
acariciándonos
la yema de los ojos,
para no
encontrarnos con los aparecidos
que transitaban
los trenes
de vuelta
a casa.
No queríamos
mirarnos en nuestro espejo.
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