Mientras nos comíamos la
luna
y nos acariciamos los
espejos
la noche se hace rubia,
el día ya no es un
sueño eterno
sino el rayo que
quiebra la ventana
y anticipa el descanso
de las almohadas.
Mientras nuestros
labios reposan
y nuestras bocas
vuelven a casa
repasamos los momentos
en los que el tiempo
se hizo silencio
y el latido se le paro
al planeta.
Y entonces entendemos
porque volamos juntos,
porque encontramos las
alas.
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