Si
tuviera que irme a una isla desierta,
me
llevaría el sabor de sus pechos
el último
latido de su piel al atardecer
el
fulgor eterno de su sexo
y
sus besos recubiertos de caramelo.
Si
tuviera que irme a una isla desierta,
me llevaría una silla
para
que el deseo descansara
mientras
las olas nos comen los pies.
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