Mi niña
me acompañaba siempre;
en el
agosto de los días
con la
luz de un otoño soleado
entre
las olas que balanceaban mi cuerpo.
Y yo a
veces me miraba,
intentando
reconocerme en mis huellas,
pero
todo había cambiado
era
alguien nuevo,
una
piel diferente , un rostro más alargado
con el
sabor de la miel silvestre.
Y sabía
que siempre la amaría,
aunque
el viento me llevara a otra esquina
aunque
viviéramos en diferentes lunas
aunque tuviera mi casa repleta de vástagos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario