Mi niña
y yo
teníamos
verbos para silenciar todas las palabras,
teníamos
mermelada en la punta de la lengua,
y
nuestra pieles sabían a mar, a día recién despierto.
Mi niña
y yo viajábamos al sur,
allí nos
quedábamos hasta que las nubes se dormían,
y al
atardecer
mientras
la arena se escurría entre nuestros dedos
volvíamos
a cosernos los labios.
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