No puedo entrar en la tienda
la dije.
Si pudiera lo haría.
Por nada me perdería ese fluir incesante de personas, que arremeten contra la
crepitud del escaparate, para hacerse dueños del último suéter que puebla el
estante. Esa pasión que apenas durará los próximos cinco minutos, ese
arrebatador desenfreno.
Nada me gustaría más,
pero las tiendas me generan angustia, mi corazón padece de pánico cuando me
encuentro entre gente que grita ante perchas abandonadas.
No te preocupes mi
amor la expuse, consume por mí, consume hasta morir, hasta que el oxigeno se
escabulla y el dependiente fallezca entre pilas de pantalones. Conságrate al
santo oficio de vivir comprando.
Ella me miro, con esa
mirada, que me decía que no supo qué encontró en mí.
Y yo me abalance hasta la puerta, tecleando el teléfono, diciéndola que ahí
fuera, al otro lado del escaparate, estaría esperándola todo el tiempo.
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