Amaba
el dulce frescor de sus pechos
el
manantial intenso que fluía de sus senos,
me
gustaba dejar mis flores en su vientre
y que
mi lengua fuera la cuchara que rebanaba
los
múltiples sabores de su piel.
Quería
ser el barro que se derrite en sus labios
y
modelar con mis besos su cuerpo infinito.
Acabamos
como las olas que fueron un momento marejada
abrazados
a la arena y con el sol fundiéndonos los cabellos.
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