Recorría
sus formas con mi lengua,
pintaba
esculturas de saliva
en las
curvas de su cuerpo,
borraba
sus pechos,
adivinaba
el final de sus muslos
entre
pausas, casi en silencio,
luego viajaba
hacia abajo,
me
paraba en sus pies de danzarina
y
besaba su huella
devoraba
su mismo suelo.
Volvía
de nuevo
al aroma
de su sexo
y
dejaba que mi lengua
fuera
aullido y fuego.
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