Un día
cualquiera
no sé cómo,
ni con que pretexto
salimos
para el sur,
abrimos
el balcón de nuestras certezas
y por
la ventana penetro la luz azul.
Vivíamos,
con el
agua acariciándonos los pies
con los
cuerpos desnudos de sal
con la
piel repleta de algas.
Dormíamos
con la
sangre de nuestras venas en la boca
con
la boca plagada de peces,
mientras
la luna amanecía sobre la almohada.
A veces
es un sueño,
a veces
una realidad
que crece
en la palma de nuestras manos.
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