Nos mirábamos
con hambre
mientras
que nuestras lenguas
partían
en dos nuestro deseo
con besos
que ya no eran de aire.
Teníamos
nuestro mágico mundo
donde humedecíamos
nuestras huellas
en las
cuatro baldosas de paraíso
que habíamos
dibujado en el suelo.
Sabíamos
que fuera de allí
todo se
apagaba
y vivíamos
con ese silencio
cautelosos
para que
nuestros frágiles corazones
no se
desplomaran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario