Donde nace la arena y se acuestan
las olas
allí fue donde al acecho
del sol y la luna
surgió mi amor de delicada
fortuna
suave como la brisa que acaricia
los párpados de las viejas
barcazas.
Teníamos un mar entero
entre nosotros
y sin embargo
siempre se reflejaban entre
los cristales del agua
el espejo de nuestras
lenguas,
como si la inmensidad del océano
no pudiera separar una
pasión encendida
que se apagaba con el
rumor de la gente.
Vivíamos dentro del sueño
del otro
y siempre nos despertábamos
con la sal entre los
labios.
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