Había un lugar donde yo siempre quería estar;
el rincón de los besos.
Y ella, mi niña, con sus labios azules
me llevaba de vez en cuando
para que el pozo no se secara
para que siempre manara el agua.
Estábamos tan distantes,
a tantos metros se hallaban nuestras bocas
que sus mensajes eran como besos,
algunos húmedos como lenguas de mariposas
y otros bellos como telegramas nacidos en botellas.
Y los días pasaban a la velocidad de la ausencia,
a ratos tercos, a ratos como un simple parpadeo.
Había un lugar donde yo quería regresar
y no sabía sí mi niña me volvería a llevar.
Por eso a veces,
el corazón se me encogía tanto
que se menguaba mi sonrisa
como mueca de aire.
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