Hace
muchos años,
los
suficientes para que la lluvia
hubiera
borrado las huellas,
un
hombre,
blanco,
con
largos cabellos y con las manos llenas de clavos
quiso
cambiar el agua por vino.
Aquel
milagro,
algo
impreciso,
no
causo furor sino cautela.
Y
los romanos,
que
como todos sabemos
fueron
amamantados por los lobos,
no
supieron entenderlo
cambiaron
sangre por sueños.
Desde
aquel día el barro se hizo hombre.
Dicen
que resucito al tercer día,
eso
dicen
pero
yo sobre eso no hablo,
no
quiero que me griten
que
en mi cabeza no cabe el duelo.
Prefiero
pensar,
que
en algún lugar,
en
algún momento,
siempre
hay alguien
que
intenta transformar el espacio
donde
vive
o
donde gime.
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