Una
lluvia fina inundaba el folio en blanco
no
tenía ni una palabra que llevarme a la boca.
Se
me habían caído todos los versos
ni
tan siquiera podía gritar
el
aullido callado,
ni
reconocer el calor
de
los miedos perdidos.
Habíamos
roto todos los silencios
y
nada volvería a brotar en el mismo lugar.
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