Ella vertía el dolor en pequeñas dosis
yo me lo quedaba a todo.
Su sufrimiento era mi pausa
su sonrisa mi guía
y el aroma de sus pechos mi destino.
Ella tenía la rebeldía atada a la
nariz
como
un tatuaje
del que no podía huir.
Había depositado
toda la fuerza de sus gestos
entre aquellos hierros.
Vivíamos mundos paralelos
que desembocaban en la misma agua.
Yo quería tenerla dentro de mi
y ella necesitaba todo un cielo
para desaparecer entre dientes de
nubes.
No habría destino que nos separara,
teníamos el mismo latir,
el mismo signo
sólo faltaba fundirnos en el mismo
abrazo
y danzar hasta que nos separara el
alba.
Mientras tanto cada uno dormiría su
sueño.
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