Dicen que los esquimales pueden distinguir treinta tonos de
blanco,
allá donde nuestra mirada apenas logra ver un par de matices.
Sus pupilas son parte del hielo.
Sus ojos son copos de nieve perdidos en la noche.
Sus ojos son copos de nieve perdidos en la noche.
Recorren espacios inmensos, con la piel salvaje, con la boca repleta de viento.
Y cuando llega su noche, siempre eterna, suelen pararse a contemplar la aurora boreal, mientras el techo verde del cielo cae sobre sus cabezas.
Y cuando llega su noche, siempre eterna, suelen pararse a contemplar la aurora boreal, mientras el techo verde del cielo cae sobre sus cabezas.
Es en ese momento donde reparten su amor entre todos los
presentes.
Y fue así como aprendieron a distinguir los blancos de su
horizonte. Para sentirse transparentes.
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