luis perronegro

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sábado, 8 de febrero de 2014

Treinta tonos de blanco














Dicen que los esquimales pueden distinguir treinta tonos de blanco,
allá donde nuestra mirada apenas logra ver un par de matices.
Sus pupilas son parte del hielo.
Sus ojos son copos de nieve perdidos en la noche.

Recorren espacios inmensos, con la piel salvaje, con la boca repleta de viento.
Y cuando llega su noche, siempre eterna, suelen pararse a contemplar la aurora boreal, mientras el techo verde del cielo cae sobre sus cabezas.
Es en ese momento donde reparten su amor entre todos los presentes.

Y fue así como aprendieron a distinguir los blancos de su horizonte. Para sentirse transparentes.


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