A
veces el mar no trae olas a la arena. A
veces sólo llega el plástico que arrancamos a la tierra cuando
le succionamos su sangre negra, aquella
que nunca quiso conocer la luz y
que es la materia que mutila nuestra civilización.
Las líneas de marea dibujan en blanco los vertederos de la playa. Son como tizas que señalan impertérritas los efectos del consumo infinito.
El
azul de las aguas se vuelve tan turbio que
ya no parecen trozos de cielo, sino
el barro con
el que aplastamos nuestra primera costilla.
Hay
tortugas que se ahogan
y peces que no saben a sal.
Cetáceos
que se pierden en las profundidades del océano
como
si hubieran olvidado las autopistas del agua.
Gaviotas
que ya no conocen su puerto
y
viven ajenas al mar que les vio nacer..
Los
fragmentos de plástico son inmortales. No temen al tiempo y pintan los paisajes
con el color de las nubes que no pueden llover.
Sólo
hay un planeta y está en nuestras manos, las mismas que sirven para
acariciarnos y que tantas veces labran las cruces donde vendremos a caer.
Sopa
de Plástico
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