Me decía que yo conocía
todos sus rostros
que podía averiguar en las
arrugas de su semblante
el parpadeo de sus
emociones.
Pero yo no sabía
si mis palabras martirizaban su vientre
si nuestras salivas se
encontrarían
o si en alguno de sus pensamientos
trazaba una línea con mi
nombre.
Sólo encontraba en sus
ojos
la curiosidad
que le ofrecía un amor antiguo
de los que amanecían clavados
en la pared.
No quiero ser el espejismo
al que nunca se llega a tocar.
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