No
hay nadie como yo
proclamabas
al mundo.
Y
lo que en principio pareció un verso plasmado en la pared
acabo
transformándose en el destino
donde
terminaban todos mis pensamientos,
antes
libres
luego
espacios invisibles donde se esculpían tus ojos.
No
hay nadie como tú, me dije
y
el mundo empezó a girar como el engranaje de un reloj
despacio
al
ritmo de tu sonrisa.
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