luis perronegro

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sábado, 14 de diciembre de 2013

Confieso que los nacionalismos me agotan.

Ahora que es tiempo de preguntas, y de columnistas y tertulianos que con la vena hinchada hablan de la patria con la fe del antiguo converso, ahora justo en estos tiempos he de deciros que los NACIONALISMOS ME AGOTAN.
Y entre todos ellos, el que más me solivianta, es el español. Ese nacionalismo engolado, de jersey en el cuello, de gaviota pululante, de noches de gato encerrado; pero no me olvido de aquellos otros como el de la butifarra, el del chiste y sevillana, el del RH positivo... no puedo con ellos, me aburren tanto como al preso un fin de semana sin permiso.

Puede entender que uno eche de menos el lugar donde nació, la tasca donde se emborrachó, el parque donde amó, al igual que uno puede querer a su perro a fuerza de costumbre y de cariño; pero de ahí a establecer como categoría vital su lugar de nacimiento, hay un margen amplio, tan abigarrado como el despertar de un domingo después de un sábado de letanía.


Uno nace en un lugar por accidente, el destino le pone en un espacio y un tiempo concreto y le hace coparticipe de una realidad. Convertir esa casualidad en una categoría que marque las limites de tu pensamiento, es como ponerte cadenas en pies y manos. No podrás llegar muy lejos.
El nacionalismo es un corsé muy estrecho, apenas deja margen para respirar, es una visera que no te permite ver el horizonte, todo está lleno de sombras y cuando te permite ver la luz no llega más lejos que la de una bombilla de 60 vatios.
Prefiero la patria del poeta: el lugar de la infancia, o el espacio donde se encuentra la mujer que amas.

Yo sólo veo dos patrias, no sé si por ceguera o por costumbre, la de los de arriba y los de abajo, la de quienes detentan el poder y quienes lo sufren, la de los antiguos patricios y los plebeyos, la del señor y el vasallo, la del burgués y el proletario, la del 99% y el resto, en fin esas dos patrias que no tienen fronteras y que pacen y deshacen en cualquier lugar del tiempo.
El resto son diatribas de taberna, de botellín y aceitunas. Tienen su espacio pero carecen de fundamento.


De cualquier modo, no hay nada más higiénico para que los ciudadanos y ciudadanas se hagan corresponsables de la realidad en la que habitan, que puedan mostrar su opinión a través de la expresión de su voto. Ensancha la democracia, la hace más útil.

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