Jugábamos
mientras
la luz perforaba las plantas,
mientras
las cenizas del día ausente
auguraban
el fuego de la noche
Teníamos
la edad de los sueños,
poseíamos
el suficiente tiempo para perderlo,
no habían
germinado los fantasmas,
y en
nuestras retinas vivía la calma.
Jugábamos.
como
juegan los niños, con el alma en vilo,
esperando
que detrás de cada esquina
brotara un misterio
y en
nuestros juegos la carne se hacía vieja
y los horizontes se llenaban de espejos.
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