Fuimos tormenta
entre teclas somnolientas
y la tinta de papeles
que vuelan,
con las sienes ansiosas de carne,
con las persianas
bajadas
para que no nos
penetrara el silencio.
Y desatamos los
cabellos de sus lienzos,
entramos uno dentro
del otro
con el azúcar de
nuestros sexos,
dejando que la nieve
se haga fuego
con el agua escurriéndonos
por el cuerpo.
Y cuando me recobro
del estruendo
y tus ojos buscan la
calma del sueño,
recuerdo,
que en tus pechos
siempre encuentro la
primavera del deseo.
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