Vivíamos en la habitación
donde nacían los abrazos,
nos sentíamos tan unidos
que podíamos tardar horas en
separarnos,
como si un pegamento apresara
nuestra piel,
como si nuestros besos yacieran en
la boca del otro.
Nos dejábamos las huellas por todas
las hechuras,
para que nuestros dedos no se
perdieran
en el kilometraje de nuestros
cuerpos,
en nuestros ojos siempre vivía la
primavera
y nuestros corazones tenían las
ventanas abiertas.
Amanecíamos devorándonos el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario