Rodeábamos
nuestras gargantas
con las
lenguas largas
ávidos de
sed y de nostalgia,
llegábamos
con la cerveza puesta.
Rompíamos
los cinturones
atravesábamos
la luz
y dejábamos
nuestros deseos al aire.
Nos quebrábamos
en latidos
uno dentro
del otro
con la
abundancia del anhelo
hasta
que el roció impregnaba las carnes.
Luego
nos quedábamos quietos
abrazados
junto a nuestra pared
con los
versos agarrados a los labios
con el corazón
galopando.
Y regresábamos
a casa
compartiéndonos
los ojos
con
nuestro paraíso repleto
hasta
el próximo instante.
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