Sueño a menudo un sueño que me inquieta
y que puebla mi estómago de mariposas negras,
en el que una mujer atravesada por un hierro en la nariz
con sus cabellos ataviados de espuma de olas,
se dirige a mí con un folio en blanco
para que determine entre mis letras su destino.
Y yo le escribo el mismo verso y ella parece leerlo,
acariciarlo con la sonrisa, mecerlo entre sus pechos.
Pero la puerta se abre y entra el aire
entonces debajo de la almohada no queda nada,
ni folio en blanco
ni cuaderno amarillo
ni un acento perdido
como mucho mi amor ya escuálido
y un adiós entre sus labios.
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