Nos mirábamos tan cerca
que nuestra pupilas se deshacían
por el calor de los alientos.
Yo la decía que la amaba
a veces con los labios
otras con servilletas
que volaban al viento.
Ella me decía que su cabeza era un lío
y luego callaba
para que hablara el silencio,
como si la duda fuera patrimonio suyo.
Habíamos construido un castillo de arena
en el que cabían príncipes y princesas
sin puertas,
sólo con ventanas
y la marea se lo iba a llevar todo.
Nos mirábamos tan cerca
como si quisiéramos desgastarnos
y todo empezaba a parecer un espejismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario