luis perronegro

luis perronegro

viernes, 30 de mayo de 2014

Cuando el silencio dejó de ser cómplice

Llegó un día
que el silencio no pudo soportarlo
y rugió
como el hambre.

El hambre se esconde
junto a las guaridas del miedo,
se esparce indeciso por las entrañas de la tierra
con la cautela del viento.

El hambre se reconoce así mismo
está labrado en los surcos profundos de cada mano.
Tiene echados todos los candados,
sobrevive al tiempo como la noche y el mar
a  base de costumbre.

El hambre tiene la cautela
necesaria
para no salir gritando.

Se caen los día del calendario y
el hambre se torna insoportable.

Los puñales abandonan sus vainas
 viajan sin dueño.
Los cabellos se pliegan a las metrallas.
Los portales ya no cobijan besos
sino bandidos surgidos del entresuelo

Los jóvenes  no quieren marchitar sus sueños
tiene el alma disecada.
Los jóvenes gritan:
No quieren transmutarse en carne.
Quieren un mundo entero para ellos
tienen la avaricia del que sólo posee tiempo.

Hay  aire entre sus venas
una bala entre los dientes
y un angustia que no cesa.
Tienen ganas de un mañana distinto
y saben que no vendrá
si no se levantan y mueren.

La revolución amanece con las aceras despeinadas.
Las papeleras vuelan como
mariposas a las que se les acaba el cielo.

La revolución golpea el asfalto
como la lluvia en un día sediento

Alguien dibuja una línea
justo en el frente.
En la línea de enfrente
con el adoquín en la mano
junto a un dolor que ya no se esconde.
En la línea de enfrente
con el  amasijo de lápices de colores
que servirán para transcribir el conjunto de mis quejas
En la línea de enfrente
arrastrando el miedo tatuado sobre la piel.
La sangre como tinta.
El sudor como cuaderno.

Y entonces
el hambre se tornara en lágrimas.
Y una vez más
la historia regresara al lugar de siempre.
Junto a la muerte.


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