Ella
estaba abrazada a mi corazón,
sujetándome
los latidos,
para que
no volara el pecho
y se
rompiera en trocitos de agua.
Ella me
dibujaba tatuajes
de sol y olas,
dejaba que
mi lengua
fuera autopista
por los surcos de su piel.
Y al
final del día
la lluvia
regresaba a las nubes.
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