Salíamos a la búsqueda de
hembras
vaciando los gusanos de las
barras,
mientras el barman de un
solo ojo
nos ponía wiskies de hielo y
viento.
Cumplíamos todos los tramites,
llenábamos el silencio de
versos áureos,
dejábamos que las caderas
se comieran el aire
entre los sonidos valientes
de la noche.
Cuando el día al fin se desnudaba,
volvíamos a casa
como machos autistas,
con los labios cosidos a
silencio,
y el estómago lleno del fuego
de la tozudez de los vasos
vacíos.
Y una única certeza,
que al día siguiente viviríamos
en el sofá
viendo crecer la hierba.
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