Amaba el dulce frescor de sus pechos
el manantial intenso que fluía de
sus senos,
me gustaba dejar mis flores en su
vientre
y que mi lengua fuera la cuchara que
rebanaba
el sabor que se prende en las
esquinas de su piel.
Jugaba a ser el barro que se derrite
en sus labios,
el beso que se esconde en los
laberintos del deseo,
la huella inquieta
que modela el perfume de su cuerpo.
Por los escondrijos de su vientre,
como olas que antes fueron marejada,
abrazados en la arena , con los
cabellos al sol,
durmiendo junto al sueño de las
almohadas
y amaneciendo con los rostros plenos de luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario