Últimamente tengo la sensación
de que hablo distinto. Que mis palabras son trozos de nubes de lluvia. Nadie me
entiende y a nadie entiendo yo.
Puedo pasar horas delante
de mi interlocutor , intercambiando silabas, incluso escurriendo palabras certeras. Probablemente
metáforas que se sintieron absueltas de un veredicto de indiferencia.
Y nada crece en mí.
Las palabras son versos que se duermen en los cuadernos.
Nada entra en mí,
resbalan las letras por mi cuerpo y acaban junto a los pies.
Esa incomunicación
perenne me permite acogerme a una comunicación más sugerente. El diálogo del
silencio.
Es en el silencio
donde observo cómo se construyen las palabras en la boca, cómo las manos me
dicen lo que esconde la mirada, cómo los ojos me cuentan cosas diferentes a los
sonidos que mastican los labios.
Me entiendo mejor con
el silencio. A veces me permite ver por
dentro.
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