En su
sexo habitaba la primavera
el aroma
de las flores recién nacidas,
el
lento despertar de un cielo de mediodía.
Sus
pechos eran montañas de melancolía
a las
que siempre regresaban mi lengua
para
llenarse la boca del azúcar de su tierra.
Bailábamos
en las noches silenciosas
con las
pieles repletas de estrellas
y al
despertar
nos dejábamos
los versos en la almohada.
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