Nos amábamos a través de los andenes,
a la distancia justa de tres cercanías,
con los dedos susurrando a las teclas
del móvil
y los labios plagados de adioses
cerrados.
Y sabíamos que aunque la multitud
se comiera el sabor de nuestros besos,
nuestra piel llevaba intacta
el aroma de nuestras carnes recién abiertas.
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