Llueven piedras
y los barcos de papel
flotan por los ríos
que manan del asfalto.
Las niñas tienen las
faldas rotas
por el agua que
quebranta las calles
y en las esquinas del
otoño
se ahogan las lágrimas.
En las farolas caen
mares amarillos
que van a desembocar
a una tierra muerta de
sed y aire.
Y yo vuelvo a ser el
niño,
con la nariz pegada a
los cristales
mientras el cielo
llora a moco tendido.
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