Y de mi sexo nació la noche
y del suyo surgieron las estrellas
y en nuestro cielo construimos las
promesas.
Algunos días nos bajábamos al suelo,
arremetíamos nuestro placer
a lomos de una silla, entre cuatro
baldosas ciegas,
entre paraísos con las persianas
bajadas.
Era en aquellos momentos,
donde nos proponíamos amor eterno,
mientras los segundos nos comían la
carne
y nuestro horizonte se quedaba quieto.
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