Llegamos
como fantasmas a la habitación de oro,
nos
llenamos los pulmones con la calidez del vino,
aspirábamos
la dulce brisa de la noche
mientras
en la plaza recogían los lirios.
Dejamos
que nuestros pies golpearan los adoquines,
que nos
parecieron alfombras sonrosadas,
dulces
de leche que se disolvían bajo nuestros tacones.
Paseamos
por un puente antiguo,
con ladrillos
tan azules como una noche muerta,
a veces
con las manos juntas
otras con
los besos en la puerta de la boca.
Recogíamos
nuestros alientos
mientras
los patos rompían con sus alas
la tranquilidad del agua.
Hicimos
el amor durante toda la noche,
unas veces
despiertos y otras dormidos.
Nuestros
cuerpos eran como tartas de fresa
por eso
nuestras lenguas estaban llenas de azúcar
y por nuestras
pieles resbalaba el deseo.
Y al
amanecer,
decidimos
bajarnos de la luna
para seguir
caminando.